Iglesia Remanente

Salmo 83

       

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* (Alef 1-8) (Bet 9-16) (Guimel 17-24) (Dalet 25-32) (He 33-40) (Vau 41-48) (Zain 49-56) (Het 57-64) (Tet 65-72) (Yod 73-80) (Caf 81-88) (Lamed 89-96) (Mem 97-104) (Nun 105-112) (Samec 113-120) (Ayin 121-128) (Pe 129-136) (Sade 137-144) (Qof 145-152) (Resch 153-160) (Sin 161-168) (Tau 169-176)

 

Salmo 83 (84)

Dichosa esperanza del peregrino

1*Al maestro de coro. Por el tono de Hagghittoth (Los lagares). De los hijos de Coré. Salmo.

2¡Oh cuan amable es tu morada,

Yahvé de los ejércitos!

3*Suspirando, desfalleciendo,

anhela mi alma los atrios de Yahvé.

Mi corazón y mi carne

claman ansiosos hacia el Dios vivo.

 

4*Hasta el gorrión halla una casa,

y la golondrina un nido

para poner sus polluelos,

junto a tus altares, Yahvé de los ejércitos,

Rey mío y Dios mío.

 

5*Dichosos los que moran en tu casa

y te alaban sin cesar.

6*Felices aquellos cuya fuerza viene de Ti,

y tienen su corazón puesto en tu camino santo.

7*Atravesando el valle de lágrimas

ellos lo convierten en lugar de manantiales,

que la lluvia temprana

cubrirá de bendiciones.

8Y suben con vigor creciente

hasta que Dios se hace ver de ellos en Sión.

9Yahvé de los ejércitos,

oye mi oración;

escucha, oh Dios de Jacob.

 

10*Pon tus ojos, oh Dios, escudo nuestro,

y mira el rostro de tu ungido.

11Un día solo en tus atrios

vale más que otros mil.

Prefiero estar en el umbral

de la Casa de mi Dios que habitar

en los pabellones de los pecadores.

 

12*Porque sol y escudo es Yahvé Dios;

Él da gracia y da gloria.

Él no rehúsa ningún bien

a los que caminan en inocencia.

13Yahvé de los ejércitos,

dichoso el hombre que confía en Ti.



* 1. Sobre el epígrafe véase Salmo 8, 1 y nota. Se advierte en este Cántico de peregrino una semejanza con los Salmos 41 y 42, con los cuales empieza el grupo de los elohistas que se continúa aquí, como vemos, no obstante tenerse por terminado en el Salmo 82 (cf. Salmo 41, 1 y nota). La oración por el rey, que contiene el versículo 10, muestra que el presente Salmo es anterior al cautiverio de Babilonia. El salmista está lejos del Santuario y se consume en ardiente anhelo por volver a él. De ahí que este Salmo haya sido elegido por la Liturgia, junto con los dos que le siguen, para la preparación a la Misa, procurando alejar de la tendencia -demasiado humana- a mirarla como una obligación (assueta vilescunt). Desde sus primeras palabras este sublime poema prepara nuestro corazón al amor.

* 3. Recuerda el Salmo 41, 3 y sobre todo la exclamación de David en Salmo 62, 3 (véase allí la nota). Cf. Salmo 15, 9. La carne no desea espiritualmente a Dios, pues los deseos de ella son contra el espíritu (Gálatas 5, 17). Por eso las emociones sentimentales no bastan, como bien nos lo dice Tomás de Kempis, pues Dios quiere ser adorado “en espíritu y en verdad” (Juan 4, 23). Pero en cambio la carne tiene necesidad de Dios en todo momento, “como tierra sin agua”, puesto que sin Él no podríamos subsistir (Salmo 103, 29 s. y nota). Un día venturoso, también la carne deseará como el espíritu, y ese día es el que desde ahora anhelamos como objeto de nuestra “dichosa esperanza” (Tito 2, 13). Véase la nota al versículo 5.

* 4. Creemos, como Zenner, Calès y otros, que debe ponerse aquí, antes del versículo 4, el versículo 11, que no está en su lugar, tanto por el sentido cuanto por la simetría de las estrofas. “Si a los pajarillos que el Padre celestial alimenta y viste (Mateo 6, 26 ss.), también les da vivienda junto al Santuario ¿cómo no habrá para nosotros abrigo y calor junto al Altar, pues Jesús nos dice que para el Padre valemos más que muchos pajarillos? (Mateo 10, 31; Juan 10, 29). Del árbol de la Cruz, que pareció tronchado por la tormenta, nació un retoño para dar sombra a nuestro nido... junto al Calvario: es el Altar del Sacrificio eucarístico, donde Jesús sigue ofreciéndose constantemente al Padre por nosotros en estado de Víctima (Apocalipsis 5, 6), como cuando nos decía que también las bestias tienen guarida y solamente El no hallaba piedra -por no decir corazón- en que posar su cabeza” (P. de Segor). Cf. Hebreos 7, 24 s.

* 5. Los que moran en tu casa: En primer lugar los levitas y sacerdotes, cuya función era la alabanza del Altísimo (I Paralipómenos 23, 5 ss.) y los sacrificios (Hebreos 8, 4 y nota). Sobre este grande deseo de morar en el Templo de Jerusalén, cf. Salmo 26, 4. Según esto pensemos cuan ardientes han de ser nuestros anhelos de ver a Jesús cuando Él vuelva (Apocalipsis 1, 7) y entrar con Él; unidos a Él (Juan 14, 3; Apocalipsis 19, 6 ss.); asemejados a Él (Romanos 8, 29; Filipenses 3, 20 s.; I Juan 3, 2), identificados con Él (Juan 17, 20-24), en la Jerusalén celestial donde el mismo Jesús será la lumbrera (Apocalipsis capítulos 21 y 22).

* 6. Cuya fuerza viene de Ti: De hecho nadie la tiene sin Él, que nos la da por su Hijo (Juan 15, 5), mediante su Espíritu (Lucas 11, 13 y nota). Pero aquí se trata de los que esto saben, de los pequeños que viven implorando esa fuerza y desconfiando de la propia. Para ellos el camino santo no es ya una ley sino un imán, según el gran secreto que reveló Jesús al decir que nuestro corazón estará allí donde esté lo que miremos como nuestro tesoro. Por eso dice el Salmo que esos tales son felices. Deseamos ardientemente, para cuantos esto lean, esa dicha de creer de veras que la voluntad del Padre celestial no es tiránica sino amable.

* 7 s. Valle de lágrimas: Bover-Cantera, Prado y otros vierten: valle árido. Según este bello pasaje, que recuerda a los Salmos graduales como el 121 y el 124, etc. (cf. Salmo 119, 1 y nota), “la fe y el santo entusiasmo de los peregrinos transformaba en regalados oasis las más áridas regiones que habían de atravesar y producía sobre estos desiertos el mismo efecto que una lluvia bienhechora o una fuente de aguas vivas” (Fillion). Entretanto, esperando el día en que el Dios de los dioses se mostrará en Sión (LXX. Vulgata, etc.; cf. Salmo 101, 17), recogemos, aunque este Salmo no es contado entre los didácticos, la profunda lección espiritual que nos da aquí sobre el amor como única fuerza que nos hace capaces de cumplir el Evangelio. Así lo enseña Jesús en Juan 14, 23 s. El amor es la plenitud de la Ley (Romanos 13, 10). Y sólo él nos hace entender que el yugo de Cristo no sólo no pesa (Mateo, 11, 30; I Juan 5, 3) sino que nos da reposo (Mateo 11, 29). Véase Eclesiástico 3, 4; Isaías 40, 31; Kempis libro III, capítulo 5: ‘Maravillosos efectos del amor divino’. Cf. Salmo 41, 3 y nota.

* 10. Tu ungido: ‘No el Cristo por excelencia, sino David, que era también el ungido del Señor de una manera muy real’ (Fillion). Él, como Rey teocrático de Israel, estaba ‘especialmente consagrado para representar a Dios y figurar anticipadamente al Mesías venidero’ (Calès). Según Scío este rey de Israel es directamente Jesucristo, por cuyo amor pedimos al Padre que nos mire con ojos de misericordia (cf. Salmo 71, 15 y nota). Toda la oración de la Iglesia implora a Dios por el amor de su Hijo y a este respecto el Concilio III de Cartago (canon 23), del año 397, quiso evitar la frecuente confusión de las divinas Personas, disponiendo que “nadie en las preces nombre al Padre en lugar del Hijo o al Hijo por el Padre. Y cuando se asiste al altar, la oración ha de dirigirse siempre al Padre” (Mansi III, 884). Cf. Orígenes contra Celsum 5, 1; De orat. 15.

* 12 s. Todo nos lo da el Señor: la gloria eterna y la gracia para alcanzarla; y también los bienes de esta vida (Tobías 11, 18; Mateo 6, 31 ss.). Sólo quiere que éstos no se conviertan en ídolos, rivales de Él. Cf. Mateo 6, 24; I Timoteo 1, 4 ss. y notas.