Salmo 120 |
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El custodio de Israel
1*Cántico gradual.
Alzo mis ojos hacia los montes:
¿De dónde me vendrá el socorro?
2Mi
socorro viene de Yahvé
que creó el cielo y la tierra.
3*¿Permitirá
Él que resbale tu pie?
¿O se dormirá el que te guarda?
4No
por cierto: no dormirá,
ni siquiera dormitará,
el Custodio de Israel.
5*Es
Yahvé quien te custodia;
Yahvé es tu umbráculo
y se mantiene a tu derecha.
6De
día no te dañará el sol,
ni de noche la luna.
7Presérvete
Yahvé de todo mal;
Él guarde tu alma.
8*Yahvé
custodiará tu salida y tu llegada,
ahora y para siempre.
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1 s. Salmo de confianza filial, como el Salmo
22, y en cuyas estrofas “lava el corazón sus
tristezas y se baña al rocío del bien” (Fr. Luis
de León). Muestra una vez más la asombrosa
predilección de Dios por su pueblo (versículo
4). Según algunos tiene forma dialogada.
“Los montes”: La montaña de Sión en Jerusalén, hacia donde el orante
dirigía la mirada (III Reyes 8, 44 y 48; Daniel
.6, 11 s.). Otros observan que, dado el
interrogante de este versículo, no puede ser el
monte Sión (Desnoyers) sino que el peregrino
verá de lejos los montes de Judea, consagrados
en otros tiempos a ídolos diversos (Ubach).
¿Acaso el auxilio vendría de alguno de ellos y
no del único Señor y Creador? (versículo 2).
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3. La forma interrogativa (cf. Rembold) aclara
el contexto (versículo 4).
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5. Tu
umbráculo: Así Calès, Desnoyers, etc. Otros
vierten: tu custodio. El que te da sombra contra los calores (versículo 6) y
tiene la paciencia amorosa de mantenerse siempre
a tu lado. Hoy, los que participamos de la
herencia de Israel por la fe en Cristo Jesús
(Efesios 2, 12 ss.), tenemos aún más: la
permanente habitación del mismo Cristo en
nuestros corazones mediante la fe, como lo dice
San Pablo (Efesios 3, 17); la del Espíritu Santo
(Juan 14, 17), y aun la del divino Padre en
aquellos que aman a Jesús (Juan 14, 23).
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8. Tu
salida y tu llegada. Literalmente:
Tu salir y
tu entrar: expresión bíblica que significa:
todos tus pasos (Hechos 1, 21).
Para
siempre: Palabras que nos colman de
esperanza, pues si confiamos en nuestro Padre
sabemos que Él mismo se hace garante de que
seamos fieles (Salmos 22, 6; 118, 122; I
Corintios 1, 8; Judas 24). ¿Creemos esto? ¡Hay
que creerlo! Pensemos que cada promesa de Dios
es un cheque a nuestra orden contra un banco que
no ha fallado nunca. Sólo quiere Él que lo
endosemos con la firma de nuestra fe y
reclamemos el pago con la oración. En la fecha
debida, Dios paga sin falta (Números 23, 19). Él
mismo nos enseña en la Escritura a recordarle
así sus promesas, que son tantas (Salmos 24, 7;
105, 4; II Paralipómenos 6, 42; II Esdras 1, 8
s.; Judit 9, 18; 13, 7, etc.).
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