Iglesia Remanente

Salmo 102

       

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Salmo 102 (103)

Elogio del Padre de las misericordias

1*De David.

Bendice a Yahvé, alma mía,

y todo cuanto hay en mí

bendiga su santo Nombre.

2*Bendice a Yahvé, alma mía,

y no quieras olvidar todos sus favores.

3Es Él quien perdona todas tus culpas,

quien sana todas tus dolencias.

4Él rescata de la muerte tu vida,

Él te corona de bondad y misericordia.

5*Él harta de bienes tu vida;

tu juventud se renueva

como la del águila.

6*Yahvé practica la rectitud

y a todos los oprimidos hace justicia.

7*Hizo conocer sus caminos a Moisés

y a los hijos de Israel sus hazañas.

 

8*Misericordioso y benigno es Yahvé,

tarde en airarse y lleno de clemencia.

9No está siempre acusando,

ni guarda rencor para siempre.

10No nos trata conforme a nuestros pecados,

ni nos paga según nuestras iniquidades.

11*Pues cuanto se alza el cielo sobre la tierra,

tanto prevalece su misericordia

para los que le temen.

12*Cuanto dista el Oriente del Occidente,

tan lejos echa de nosotros nuestros delitos.

13*Como un padre que se apiada de sus hijos,

así Yahvé se compadece

de los que le temen.

 

14*Porque Él sabe de qué estamos formados:

Él recuerda que somos polvo.

15*Los días del hombre son como el heno;

como la flor del campo, así florece.

16*Apenas le roza el viento,

y ya no existe;

y ni siquiera se conoce el espacio que ocupó.

 

17*Mas la misericordia de Yahvé permanece

[desde la eternidad y] hasta la eternidad,

con los que le temen,

y su protección, hasta los hijos de los hijos,

18*de los que conservan su alianza

y recuerdan sus preceptos para cumplirlos.

 

19*Yahvé tiene establecido su trono en el cielo,

y su Reino gobernará el universo.

20Bendecid a Yahvé todos sus ángeles,

héroes poderosos

que ejecutáis sus mandatos

en cumplimiento de su palabra.

21*Bendecid a Yahvé todos sus ejércitos,

ministros suyos que hacéis su voluntad.

22Bendecid a Yahvé todas sus obras,

en todos los lugares de su imperio.

 

Bendice tú, alma mía, a Yahvé.



* 1. Es este Salmo el cántico de las misericordias del Señor. Hemos de leerlo con frecuencia, como un baño de divina frescura que restaura por entero la confianza de nuestra fe, acribillada cada día por los dardos del Maligno impostor, que reina en todas partes como que es el “príncipe de este mundo” (Juan 14, 30). Confiesa el rey profeta sus propias culpas y las de su pueblo para hacer resaltar la infinita bondad del Padre que está en los cielos. Los críticos modernos discuten a David la paternidad de este Salmo, sosteniendo que contiene citas implícitas de libros posteriores y aramaísmos traídos de Babilonia. Pero sus opiniones están lejos de ser bastante persuasivas para destruir el testimonio que nos dan, tanto el Hebreo como los LXX y la Vulgata, en favor del real poeta, cuyo corazón ha mostrado tantas veces, en palabras y en hechos, el espíritu de infancia que a raudales brota de esta insuperable oración (cf. versículo 13 s. y nota). En cada versículo de ella iremos viendo otras tantas pinceladas amorosas que nos esbozan, como un anticipo evangélico, el retrato del divino Padre que había de completarnos Jesús en cada paso de su enseñanza y de su vida, como el sumo objeto de su misión (cf. Juan 17, 2 s. y 26 y notas). ¿Y quién más indicado para ese anticipo, que David, aquella alma asombrosamente amada de Dios, que Él eligió tantas veces para ser figura de su Hijo, para cantarlo, y que hasta en su carne fue predestinado para ser el abuelo de Jesús?

* 2. ¡No quieras olvidar todos sus favores! ¡Fórmula divina, camino de la más alta y verdadera santidad! ¡Saberse amado, creerse amado no obstante saberse miserable! “La fe en el amor de Dios es lo que nos hacer amar a Dios” (Beato Pedro Julián Eymard). Cf. Salmos 56, 3; 76, 11 y notas; I Juan 3, 16; 4, 16; Juan 3, 16.

* 5. Harta de bienes tu vida: La ternura de Dios nuestro Padre nos quiere ver aún en esta vida, siempre alegres (Filipenses 4, 4); sin preocupaciones (Mateo 6, 25-34); nos da cuanto necesitamos materialmente (ibíd. 33); nos defiende de los enemigos (Salmos 29, 2; 34, 1 ss.; 36, 5 s.) y nos da también el mayor de los bienes de aquí abajo, que es la paz (Juan 14, 27) y el gozo (Juan 15, 11; 16, 24; 17, 13) tales como los tenía el mismo Jesús. Lo que no nos da en esta vida —-¡felizmente!— es la saciedad, ese paroxismo o éxtasis de felicidad que buscaba Fausto para poder decirle al tiempo: ‘detente’. ¿Cómo podría ser eso en este siglo malo? (cf. Gálatas 1, 4 y nota), puesto que el reino de Cristo no es ni puede ser de este mundo (Juan 18, 36), ya que cuando Él venga no hallara la fe en la tierra (Lucas 18, 8). Cf. Colosenses 3, 3 s. Es decir que el divino Padre prodiga con abundancia (I Timoteo 6, 17), a los que se confían a Él (Salmo 32, 22), todo cuanto es posible dar, salvo lo que nos haría arraigarnos aquí abajo, en esta fugaz tienda de campaña (Jeremías 35, 10) y entregar el alma al diablo como quiso hacerlo Fausto. ¡Líbrenos el Dios de bondad de tener aquí ‘nuestros bienes’ (Lucas 16, 25 y nota) de modo que nada pueda Él darnos después por no haberlo deseado nosotros! Cf. Salmo 80, 11 y nota. Se renueva: Toma por imagen la muda de las plumas del águila, con la cual esta ave rejuvenece su vigor y fuerza (Isaías 40, 31). Otra preciosa imagen sobre el águila es la promesa de Éxodo 19, 4, repetida en Apocalipsis 12, 14.

* 6. Es decir que Él es santo en todas sus obras, de modo que tenemos en Él, como lo enseña Jesús el modelo de cuanto Él mismo nos manda obrar (cf. Mateo 5, 48 y nota). Y además toma a su cargo la venganza de los oprimidos (cf. Salmo 65, 5 y nota). De ahí el mal de querer hacerse justicia por sí mismo, pues Dios enseña a no resistir directamente al que es malo (Mateo 5, 39) y nos dice que Él odia más que nada al pobre que es soberbio (Eclesiástico 25, 3). Es ésta una gran luz para los que quieren trabajar con fruto espiritual en el apostolado social (cf. Eclesiástico 28, 1-14; Efesios 6, 5 ss. y nota).

* 7. Cf. Salmos 24, 8; 147, 8 s. y notas.

* 8 ss. Tardo en airarse: Véase Salmo 72, 11 y nota. Empieza aquí un cuadro maravilloso de la caridad divina del Padre, que Jesús nos pone como modelo (Lucas 6, 36) y cuyas cualidades describe San Pablo en I Corintios 13. No está siempre acusando (versículo 9), como suele hacer nuestro mezquino corazón cuando nos sentimos ‘muy moralistas’, dispuestos siempre a ver la paja en el ojo ajeno, sin advertir la viga en el propio (Mateo 7, 3 ss.); ni se mantiene enojado para desanimar al pecador, sino que va a su encuentro como el Padre del hijo pródigo (Lucas 15, 20), y cuando éste se propone pedirle que lo trate como a siervo, antes que tenga siquiera tiempo de decírselo, ya lo está amando como a predilecto y obsequiándolo como a príncipe (ibíd. 15, 19 y 21 ss.).

* 11. Así como su sabiduría dista de la humana (Isaías 55, 8), así también se eleva su misericordia sobre toda posible bondad nuestra (Salmo 91, 6 y nota) y sobre toda comprensión de nuestra mente (Efesios 3, 18 s.). Bien lo sabía la Virgen cuando habló en Lucas 1, 50.

* 12. ¡Tan lejos de nosotros! Es decir que esa misericordia con que Él nos mira no es solamente para compadecerse de nuestras penas, sino también de nuestras culpas y caídas, para no sorprenderse de ellas, ni impacientarse, ni cansarse de perdonarnos, pues sabe que somos polvo (versículo 14) y lo tiene muy presente. El que esto cree de veras vivirá en una amistad íntima y amorosa con Él, que no podrá ser interrumpida por nuestras miserias, pues aun en las eventuales caídas no dudará en volver a cada instante a esa amistad, seguro del perdón, y con ello, lejos de apagarse el amor, crecerá, pues ama más el que ha sido más perdonado (Lucas 7, 47). Cf. Salmo 50 y. notas. Grabemos para siempre: en nuestro corazón esta dulcísima verdad que debería estar escrita en todas las paredes, porque la confusión del ánimo en el pecador es la mayor arma del diablo para hacerlo dudar del perdón y mantenerlo así alejado de Dios (cf. Eclesiástico 5, 5 y nota). En tanto que con la admiración de su misericordia, que aquí se nos inculca, crecerá también en nosotros el deseo de agradecer con nuestra alabanza a ese Padre (Salmo 49, 14) por medio de su Hijo y Hermano nuestro Jesús, por quien recibe Él “todo honor y gloría” en la unidad de amor que es el Espíritu Santo.

* 13. Aquí el retrato de Dios asume toda su plenitud, y se nos descubre el secreto más íntimo, como preludiando la suprema revelación de Jesucristo: Dios nos ama porque es Padre y como un Padre (cf. Salmo 17, 20, pasaje cuya paternidad nadie disputa a David). El que esto cree, entiende todo (cf. la nota a Salmo 77, 37). En el Nuevo Testamento hallamos la total explicación del misterio de la paternidad divina, que no procede de la simple creación, como en todos los demás seres, sino de la regeneración que el Espíritu Santo realiza en nosotros por la gracia en virtud de los méritos de Cristo (Juan 1, 12; Gálatas 4, 4-7; Efesios 1, 5 y nota; I Juan 3, 2; Colosenses 2, 12).

* 14. Nuestra misma naturaleza, tan débil y expuesta a peligros, provoca la misericordia de Dios. Cuanto más endebles somos nosotros, tanto mayor es su ternura y bondad (cf. Génesis 8, 21; Salmo 53, 8 y nota). Por eso Cristo no vino a buscar justos sino pecadores (Lucas 5, 32 y nota).

* 15. Es muy hermosa la nota de San Agustín: “Dios, que es Padre, que conoce la obra de sus manos, envió su Verbo; y a ese Verbo, que es eterno, lo hizo hermano de esa flor del heno, que se seca y marchita al primer soplo (Isaías 40, 6 ss.). Para que tú, hierba de sepulcro, pudieras inundarte de eternidad dichosa, quiso participar de tu frágil condición el que es eterno y dichoso por esencia.”

* 16. Ni siguiera, etc.: Así también Páramo, Nácar-Colunga, etc. Según otros, es el lugar quien no lo reconocerá; y según los LXX y Vulgata es él quien no conocerá el lugar. Nos parece más llena de sentido nuestra versión, que coincide con las bellas figuras usadas en Sabiduría 5, 10 ss.

* 17. Palabras de la Virgen en el Magníficat. Ubach suprime como probable agregado lo que va entre corchetes.

* 18. Piedra de toque de la buena fe. Si tengo verdadero deseo de cumplir lo que dice el Evangelio, ya me preocuparé de conocerlo y recordarlo. Sin esto ¿cómo lo podría cumplir? Cf. II Tesalonicenses 1, 8; 2, 10-12; en cambio, la Palabra de Dios, conservada en el corazón, nos da la fuerza para no pecar (Salmos 1, 2-3; 118, 5-6, 11 y 104; Lucas 2. 51; 11, 28; Romanos 1, 16; I Corintios 15, 1 s.; II Timoteo 3, 16 s.; Colosenses 3, 16; Hebreos 4, 12; Santiago 1, 21, etc.).

* 19 s. El universo: otros: todas las cosas. Según la Vulgata: Dominará sobre todos los reinos. Este pasaje es “un eco de los Salmos teocráticos (cf. Salmo 92, 1)” (Fillion). Cf. también Salmo 92, 2 y Salmo 96, 7, que coincide con el versículo 20. Este último forma el Introito de la Misa de San Miguel y de todos los Ángeles.

* 21 s. Todos sus ejércitos. Otros: todo su ejército. Nombre que en la Sagrada Escritura se da preferentemente a las estrellas y que significa también todas las fuerzas de la naturaleza que obran de concierto y en maravillosa armonía (cf. Salmo 103), como un ejército obediente a la voz del Generalísimo, que también lucha por Él cuando Él lo manda (Sabiduría 5, 21 ss.; 16, 17; 19, 18 ss.). Cf. Salmo 82, 14 y nota. El salmista quiere decir: los ángeles en el cielo (versículo 20), los astros en el firmamento (versículo 21) y todas las creaturas sobre la tierra (versículo 22) forman acordes alabando a Yahvé ‘porque es bueno, porque su misericordia es para siempre’ (Salmo 135).