Salmo 141 |
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Oración del abandonado
1*Maskil. De David. Cuando estaba en la cueva. Oración.
2Con
(toda) mi voz clamo hacia Yahvé,
a Yahvé imploro con
(toda) mi voz.
3*En
su presencia derramo mi ansiedad;
ante Él expongo mi angustia.
4*Pues
cuando en mí el espíritu
está por desfallecer,
eres Tú quien conoces mi rumbo.
En el camino por donde voy
me han escondido un lazo.
5*Miro
hacia mi derecha, buscando,
y no veo a nadie que me reconozca;
no hay adonde huir,
ni quien mire por mi vida.
6A
Ti, pues, clamo, Yahvé, diciendo:
“Mi refugio eres Tú,
herencia mía en la tierra de los vivientes.”
7Atiende
a mi clamor,
porque he caído en extrema desventura.
Sálvame de los que me persiguen,
porque son más fuertes que yo.
8*Sácame
de esta cárcel,
para que dé gracias a tu Nombre.
Conmigo serán coronados los justos
cuando Tú me hayas favorecido.
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1. Maskil:
Salmo de instrucción (cf. Salmo 31, 1 y nota).
En la cueva: Muy probablemente la de Odollam, donde David se
escondió huyendo de Saúl (I Reyes 22, 1), así
como el Salmo 114 se referiría a la de Engaddí
(I Reyes 24). Al entregar su alma al Padre
celestial, San Francisco de Asís rezó este
Salmo, en el cual vemos una vez más que David,
como figura de Cristo, “experimentó en su alma
todas las pruebas que podemos encontrar en la
vida espiritual” (Dom Puniet), a fin de poder
darnos en los Salmos un tratado perfecto. La
Liturgia acentúa el carácter mesiánico de esta
súplica poniéndola en boca de Cristo en las
vísperas del Jueves y Viernes Santos.
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3. Nada más expresivo que este desahogo:
derramo,
es decir, me vuelco en una entrega suprema y
confiada.
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4. Recurso y lección inolvidable para nuestra
oración. Porque nos parece que ante la Majestad
de Dios necesitásemos quien nos introdujese y
recomendase, temerosos de hablar con Él. David,
con esta actitud infantil que siempre tiene ante
Dios, nos recuerda que Él es nuestro Creador y
Padre y el único que conoce nuestros
pensamientos (Salmos 43, 22; 138, 2 ss., etc.).
¿Con quién podríamos tener mayor intimidad?
Jesús, nuestro Mediador (Juan 14, 6; Hechos 4,
12; I Timoteo 2, 5), nos confirma mil veces este
carácter paternal de Dios y nos dice que para
orar privadamente, como “Él ve en lo secreto”,
no lo hagamos “en las esquinas de las calles”,
sino “al contrario, cuando quieras orar, entra
en tu aposento, corre el cerrojo de la puerta y
ora a tu Padre que está en lo secreto” (Mateo 6,
5 ss.). Esta devoción al Padre “fue la de Jesús”
(Mons. Guerry), y si al principio nos cuesta un
esfuerzo de fe es porque,
como observa Dom Olphe Galliard y
confirma Mons. Landrieux, pocos tienen la
ventaja de una formación bíblica recibida desde
la infancia.
Eres Tú
quien conoces, etc.: Es decir, que en vano
nos agitaríamos en el momento de la preocupación
(cf. Eclesiástico 2, 3). No sabríamos descubrir
el camino conveniente, en tanto que nuestro
Padre lo conoce muy bien y está deseando
enseñárnoslo, esperando sólo que sin reservas,
como hijos pequeños, nos confiemos a Él aunque
no lo veamos materialmente. En esto está el
valor de la fe, como lo enseña Jesús (Juan 20,
29) y el Apóstol de las gentes (Hebreos 11, 1).
Cf. Romanos 1, 17 y nota.
Un lazo:
Las amenazas perversas de Saúl (I Reyes 22, 6
ss.) y las intrigas del infame Doeg (ibíd. 21,
7; 22, 9), que David presentía (ibíd. 22, 2).
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5. Que me
reconozca (así también la Vulgata). Recuerda
el desamparo del Salvador (cf. Salmo 68, 21). En
medio de esa indigencia de David, sin más
esperanza que Dios (versículo 6), se le
allegaron todos aquellos que se hallaban
angustiados y oprimidos de deudas y en amargura
de corazón, de los cuales se hizo caudillo (I
Reyes 22, 2). ¿No vemos aquí a Jesús llamando a
todos los afligidos (Mateo 11, 28; Lucas 4, 18
ss.; 7, 22; Juan 7, 37, etc.) y anunciado por
los profetas como su futuro defensor? Cf. Salmo
71, 2 y nota.
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8. De esta
cárcel: De la cueva en que se encontraba
rodeado de enemigos.
Los justos,
etc.: Texto dudoso. Seguimos la traducción de
San Jerónimo, que parece dar el sentido más
obvio:
conmigo triunfarán también los justos. Es
quizá lo que históricamente se cumplió en David,
cuando, al final del recordado capitulo (I Reyes
22, 23), dice él a Abiatar: “Quédate conmigo, no
temas; mi vida y la tuya corren igual suerte;
estando en mi compañía tú también te salvarás.”
En sentido típico nadie puede aplicarse estas
palabras tan plenamente como el Mesías Redentor
que nos salvó y nos asoció a su propio destino
glorioso y de cuya plenitud todos lo recibimos
todo (Juan 1, 16; Romanos 6, 23; Efesios 2, 5).
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