Iglesia Remanente
SANTIAGO 3

 

1 2 3 4 5

 

El terrible mal de la lengua. 1 Hermanos míos, no haya tantos entre vosotros que pretendan ser maestros, sabiendo que así nos acarreamos un juicio más riguroso*; 2 pues todos tropezamos en muchas cosas. Si alguno no tropieza en el hablar, es hombre perfecto, capaz de refrenar también el cuerpo entero. 3 Si a los caballos, para que nos obedezcan ponemos frenos en la boca, manejamos también todo su cuerpo. 4 Ved igualmente cómo, con un pequeñísimo timón, las naves, tan grandes e impelidas de vientos impetuosos, son dirigidas a voluntad del piloto. 5 Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. Mirad cuán pequeño es el fuego que incendia un bosque tan grande*. 6 También la lengua es fuego: es el mundo de la iniquidad. Puesta en medio de nuestros miembros, la lengua es la que contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda* de la vida, siendo ella a su vez inflamada por el infierno. 7 Todo género de fieras, de aves, de reptiles y de animales marinos se doma y se amansa por el género humano*; 8 pero no hay hombre que pueda domar la lengua: incontenible azote, llena está de veneno mortífero. 9 Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a semejanza de Dios. 10 De una misma boca salen bendición y maldición. No debe, hermanos, ser así. 11 ¿Acaso la fuente mana por la misma vertiente agua dulce y amarga? 12 ¿Puede, hermanos míos, la higuera dar aceitunas, o higos la vid?* Así tampoco la fuente salada puede dar agua dulce.

 

Mansedumbre de la sabiduría. 13 ¿Hay alguno entre vosotros sabio y entendido? Muestre sus obras por la buena conducta con la mansedumbre (que es propia) de la sabiduría. 14 Pero si tenéis en vuestros corazones amargos celos y espíritu de contienda, no os gloriéis al menos, ni mintáis contra la verdad*. 15 No es ésa la sabiduría que desciende de lo alto, sino terrena, animal, diabólica. 16 Porque donde hay celos y contiendas, allí hay desorden y toda clase de villanía. 17 Mas la sabiduría de lo alto es ante todo pura, luego pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y de buenos frutos, sin parcialidad, sin hipocresía*. 18 Fruto de justicia, ella se siembra en paz, para bien de los que siembran la paz.



1. El Maestro es uno solo (Mt. 23, 8). El afán de enseñar a otros implica gran responsabilidad porque la lengua es difícil de domar (v. 8), y de ella, no obstante su pequeñez (v. 3-5), proceden calamidades tan grandes (v. 6). Por lo cual nadie puede ejercer semejante ministerio si no es llamado (1 Co. 12, 8; Ef. 4, 11) y si no enseña las palabras de Cristo (1 Pe. 4, 11; Jn. 10, 27). Cf. Rm. 16, 18; Flp. 3, 2 y 18 s.; Ga. 6, 12; 2 Pe. 2, 1 ss. Véase el ejemplo de Jesús según Hb. 5, 4 ss.

5. “Ningún órgano le sirve tan bien al diablo para matar el alma y llevarnos al pecado” (S. Crisóstomo).

6. El mundo de la iniquidad; pues, como observa S. Basilio, la lengua encierra todos los males, enciende el fuego de las pasiones, destruye lo bueno, es un instrumento del infierno. La rueda: otros: el ciclo, o sea todo el curso de la existencia. Figura semejante a la usada en los horóscopos.

7 ss. El hombre, dice S. Agustín, doma la fiera, y no doma la lengua. De manera que sería inútil pretender frenarla por propio esfuerzo (v. 8). El remedio está en entregarse a la moción del Espíritu Santo (Lc. 11, 13; Rm. 5, 5; 8, 14). Entonces, cuando nos inspire el amor en vez del egoísmo, podremos hablar cuanto queramos, oportuna e inoportunamente (2 Tm. 4, 2). No es otro el pensamiento del mismo Obispo de Hipona cuando nos dice en su célebre máxima: “Dilige et quod vis fac”. Ama y haz lo que quieras. Entonces será la misma lengua el mejor instrumento de los mayores bienes (v. 9 ss.). Cf. Si. 28, 14.

14 ss. Los amargos celos son la envidia y la aspereza; es el espíritu de disensión y discordia. Y donde domina la envidia y la discordia allí viven de asiento todos los vicios (S. Ambrosio).

17 s. Precioso retrato de la tranquila sabiduría celestial. ¡Qué dicha si sacáramos de aquí el fruto de no discutir! Véase, según el texto hebreo, el Sal. 36 y nota. La Palabra de la Sabiduría es semilla (v. 18; Lc. 8, 11; Mc. 4, 14). Es, pues, cuestión de dejarla caer solamente. A los que no la recojan, vano sería querer forzarlos (véase Mt. 13, 19 y 23 y notas), pues les falta la disposición interior (Jn. 3, 19; 12, 48). Quizá no ha sonado aún para ellos la hora que sólo Dios conoce. Cf. Jn. 7, 5 y Hch. 1, 14.