APOCALIPSIS 6 |
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22 |
Los cuatro caballos.
1
Y vi cuando el Cordero abrió el primero
de los siete sellos, y oí que uno de los cuatro vivientes
decía, como con voz de trueno: “Ven”*.
2 Y miré, y he aquí un caballo
blanco, y el que lo montaba tenía un arco, y se le dio una
corona; y salió venciendo y para vencer*.
3 Y cuando abrió el segundo sello,
oí al segundo ser viviente que decía: “Ven”.
4
Y salió otro caballo, color de fuego, y al que lo
montaba le fue dado quitar de la tierra la paz, y hacer que
se matasen unos a otros; y se le dio una gran espada*.
5 Y cuando abrió el tercer sello, oí
al tercero de los vivientes que decía: “Ven”. Y miré, y he
aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía en su mano
una balanza.
6 Y oí como una voz en medio de los
cuatro vivientes que decía: “A un peso el kilo de trigo; a
un peso, tres kilos de cebada; en cuanto al aceite y al vino
no los toques”*.
7
Y cuando abrió
el cuarto sello, oí la voz del cuarto viviente que decía:
“Ven”.
8 Y miré, y he aquí un caballo
pálido, y el que lo montaba tenía por nombre “la Muerte”; y
el Hades seguía en pos de él; y se les dio potestad sobre la
cuarta parte de la tierra para matar a espada y con hambre y
con peste y por medio de las bestias de la tierra.
La voz de los mártires.
9
Y cuando abrió
el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los
degollados por la causa de la Palabra de Dios y por el
testimonio que mantuvieron*;
10
y clamaron a
gran voz, diciendo: “¿Hasta cuándo, oh Señor, Santo y Veraz,
tardas en juzgar y vengar nuestra sangre en los habitantes
de la tierra?”*
11
Y les fue dada
una túnica blanca a cada uno; y se les dijo que descansasen
todavía por poco tiempo hasta que se completase el número de
sus consiervos y de sus hermanos que habían de ser matados
como ellos*.
El día de la ira de Dios.
12
Y vi cuando
abrió el sexto sello, y se produjo un gran terremoto, y el
sol se puso negro como un saco de crin, y la luna entera se
puso como sangre*;
13
y las estrellas
del cielo cayeron a la tierra, como deja caer sus brevas la
higuera sacudida por un fuerte viento.
14
Y el cielo fue
cediendo como un rollo que se envuelve, y todas las montañas
e islas fueron removidas de sus lugares.
15
Y los reyes de
la tierra y los magnates y los jefes militares y los ricos y
los fuertes y todo siervo y todo libre se escondieron en las
cuevas y entre los peñascos de las montañas.
16
Y decían a las
montañas y a los peñascos: “Caed sobre nosotros y
escondednos de la faz de Aquel que está sentado en el trono
y de la ira del Cordero*;
17
porque ha
llegado el gran día del furor de ellos y ¿quién puede estar
en pie?”
1.
Vi cuando el Cordero
abrió: Así
se dice también en la apertura del sexto sello, a
diferencia de los demás (cf. v. 12 y nota). Charles
ha mostrado “que la sucesión de los sellos
corresponde a las de las señales del fin en el
pequeño apocalipsis sinóptico de Mc. 13, Mt. 24, Lc.
21”. ¡Ven!
Este llamado, que en el original no está seguido por
las palabras:
y verás (como en la Vulgata), no se dirige a
Juan sino al primero de los cuatro jinetes, como una
orden de ponerse en marcha, del mismo modo que en
los vv. 3, 5 y 7.
2 ss. Este primer
jinete
sería, en la opinión
antigua, el mismo Cristo. Según Allo, si no es el
Verbo mismo, como en 19, 11, es por lo menos el
curso victorioso del Evangelio a través del mundo.
Así lo vio también Loisy, dice Gelin; pero, si así
fuera, ¿cómo conciliar ese triunfo del Evangelio con
todo el cuadro catastrófico de la escatología
apocalíptica y las palabras de Jesús en Mt. 24, 9
ss.; Lc. 18, 8; Jn. 15, 20 s.; 16, 2 s., etc.? Buzy
y otros ven aquí al ángel de la guerra, en tanto que
Fillion hace notar que, faltando todavía muchas
calamidades antes de la Venida de Cristo en el cap.
19 (cf. 2 Ts. 2, 3 ss.), este guerrero cuyo caballo
blanco imita al de Jesús en 19, 11, “personifica la
ambición y el espíritu de conquista que ocasionan
tantos dolores”. Adherimos a esta opinión que hoy
parece ser comprobada en lo espiritual y aun en lo
temporal por la historia contemporánea, y hacemos
notar a nuestra vez, frente a opiniones tan
diversas, cuán lejos se está de haber agotado el
estudio de la Sagrada Biblia y cuán necesario
es por tanto proseguirlo según las exhortaciones de
Pío XII en la Encíclica “Divino Afflante”. Los
cuatro
caballos recuerdan la visión de Za. 1, 8; 6, 1
ss. donde, como bien dice Pirot, simbolizan
calamidades contra los enemigos del pueblo de Israel
y no es verosímil que en los tres septenarios
–sellos, trompetas, copas (cf. 5, 1 y nota)– sólo un
elemento sea heterogéneo. ¿No hemos de ver, pues,
con varios modernos, en este jefe conquistador
semejante al de Daniel (Dn. 7, 21 y 25; 9, 26 s.,
etc.), al mismo Anticristo del cap. 13? Los
colores de los
caballos señalan, en la terminología de los
apocalípticos, los cuatro rumbos o partes del mundo:
blanco, el oriente; bermejo, el norte; negro el sur;
pálido, el oeste; y al mismo tiempo simbolizan los
grandes acontecimientos y plagas que provocan sus
jinetes. El caballo color
de fuego significa la guerra; el negro, el hambre;
en el pálido, el nombre de la muerte representaría
la peste (Fillion, Buzy, Gelin), mientras el Hades o
Scheol, personificado como en 20, 14, sigue detrás
para recoger las víctimas.
4. Cf. Is. 34, 5; Mt.
24, 6 s. Otra gran matanza se ve también en la 6ª
trompeta (9, 15 ss.), pero es dirigida
por ángeles.
6. A un
peso
(equivalente de un
denario),
es decir, trece veces más del precio normal (cf. Ez.
4, 16). Pirot hace notar que esta carestía no era
desconocida en tiempo de S. Juan por haber sido cada
vez más descuidado el cultivo del trigo a causa de
que el Estado romano se había hecho comprador y
distribuidor del cereal y los pequeños propietarios
se dedicaron a plantar viñas, de lo cual resultó un
precio ruinoso para el vino, hasta que Domiciano,
según Suetonio, prohibió aumentar los viñedos y
mandó destruir por lo menos la mitad de lo
existente.
9 s.
Degollados:
es el mismo
término empleado para el Cordero en 5, 6. Estas
almas, separadas del cuerpo, son representadas
descansando en el cielo debajo de
un altar semejante al de los holocaustos en el
Templo de Jerusalén, lugar que les es dado sin duda
por cuanto han sido sacrificadas como víctimas de
holocausto. ¿Son éstos cristianos, o también
israelitas del A. T.? No lo dice como en otros
pasajes (cf. 7, 4 ss.). Una de las grandes llaves
para entender el Apocalipsis es esta distinción, que
a veces es difícil y a veces la olvidamos
considerando el Apocalipsis un Libro exclusivo de
los cristianos de la gentilidad, pues desde que S.
Pablo anunció a los judíos rebeldes que la salvación
pasaba a los gentiles (Hch. 28, 28), Israel como tal
desapareció de los escritos neotestamentarios, salvo
en la gran carta paulina a los Hebreos, cuya fecha
no ha podido fijarse con exactitud y que algunos
creen anterior a ese episodio. Como bien observa
Pirot, Juan es aquí lo que los judíos llamaban un
paitán, es
decir, que habla continuamente con palabras de los
profetas, al punto de que tiene más citas del A. T.
que versículos (cf. introducción). Debe, pues,
tenerse en cuenta el carácter especial de este
Libro, que es una profecía escatológica en la que
Juan –declarado “Apóstol de la circuncisión”, como
Pedro y Santiago (Ga. 2, 8-9)– hace actuar ya el
misterio de la conversión de Israel, que S. Pablo y
el mismo Juan anunciaron para los últimos tiempos
(Rm. 11, 25 s.; Jn. 19, 37; Za. 12, 10; Ap. 1, 7) y
nos presenta, entre otros misterios, la misión de
Elías, que es para Israel (Mal. 4, 5 s. y nota) y
del cual dijo Jesús: “Ciertamente Elías vendrá y lo
restaurará todo” (Mt. 17, 11). Así, pues,
muchos puntos aún oscuros se aclararían sin duda el
día en que pudiéramos distinguir netamente los que
se refieren y los que no se refieren a Israel (cf.
7, 2 y 8 y notas). Sobre el altar celestial, cf. 4,
9 y nota; 8, 3; Hb. 13, 10.
10.
Santo y Veraz,
es decir, Cristo.
Véase 3, 7; 19, 11; Za. 1, 12; Sal. 78, 10 s. Un
autor moderno hace notar que esta súplica de los
mártires, el primero de los cuales es S. Esteban,
que murió pidiendo perdón para sus verdugos, está
concebida en la forma de las imprecaciones de los
Salmos. Ello se explica porque aquí se trata del
tiempo de la justicia, como antes fue el de la
misericordia (cf. Is. 61, 1 s. y nota). De ahí
también el nuevo aspecto del Cordero (5, 6 y nota).
Lo que desean estos santos
es la resurrección de sus cuerpos (S. Gregorio
Magno) como se verifica en la visión del cap. 20,
comprendiendo sin duda a todos los que sufrirán el
martirio bajo el Anticristo (20, 4). Entretanto
vemos aquí (lo mismo que en 4 Esd. 4, 35) cómo las
almas, aun de los salvados, suspiran por la plenitud
de su destino (cf. Fil. 3, 20 s.). Combinando el
presente pasaje con 12, 7-17; 2 Co. 5, 8 y 2 Pe. 3,
9, puede explicarse la causa que demora la Venida de
Cristo. Cf. 2. Ts. 2, 6 ss.
11.
La túnica blanca
(o estola)
es como una prenda cierta del triunfo definitivo
(cf. 3, 4; 7, 9; 19, 14). Pero estas oraciones de
los santos son las mencionadas en 8, 3-5, como causa
de las tribulaciones que caerán sobre la tierra en
el séptimo sello para apresurar el final (cf. v. 12
ss.; 8, 1 y notas). Esto confirma, a la luz de S.
Pablo, lo que hemos dicho más arriba sobre el primer
jinete (v. 2 ss.), pues lo que detiene la liberación
de estas almas es la necesidad de que primero venga
la apostasía –o “el misterio de la iniquidad que ya
obra” desde entonces (2 Ts. 2, 7)– y luego se haga
manifiesto el Anticristo (ibíd. v. 3); y es
necesario que éste
se revele
abiertamente (ibíd. v. 8), dando lugar para que
pueda ser eliminado por
la manifestación de la Parusía (ibíd. v. 8; cf. 19, 19 ss.). De ahí
que el ven
del primer sello (v. 1 s.) sea “el momento esperado y decisivo para
la consumación del misterio de Dios” (10, 7) lo
mismo que vemos en 13, 1.
12 ss. Algunos
consideran que este sello, el 6º en orden de
colocación en el libro, no es abierto sino después
del 7º (8, 1), porque la gran tribulación (7º sello)
es necesariamente anterior
a las catástrofes cósmicas que aquí se anuncian y
que preceden inmediatamente a la Parusía (v. 17). El
Señor dice en efecto que el oscurecimiento del sol,
etc., se verificará “inmediatamente después” de la
tribulación (Mt. 24, 29; Mc. 13, 24); que la Parusía
vendrá a continuación de aquellos fenómenos (Lc. 21,
25); que las persecuciones contra los justos serán
“antes de todo eso” (Lc. 21, 11-12). Es de observar
que S. Juan, a diferencia de los otros sellos, dice
aquí “yo vi cuando él abrió”, lo cual podría ser una
visión anticipada del fin. Y parece confirmarlo el
hecho de que en 7, 14 (bajo el 6º sello) nos muestra
ya a elegidos y a
los que vienen
de la gran tribulación, como si las calamidades
del 7º sello hubiesen ya pasado. Según ello, éstas
serían la respuesta de Dios a la oración clamorosa
de los santos del 5º sello (6, 9-11), y así lo vemos
en 8, 3-5. Quedaría también explicado así el
silencio de
media hora en el cielo (8, 1), fenómeno que
nadie aclara y que consistiría simplemente en que
cesaba de oírse aquel clamor de los santos (6, 10).
La media hora sería el poco de tiempo de reposo que
se les indicó en 6, 11. Gelin, que ha observado este
fenómeno (cf. 8, 1 y nota), dice: “Juan utiliza el
esquema sinóptico en el cual parece haber querido
introducir este orden general: plagas sociales (1º a
5º) y luego las cósmicas (6º). Ha encerrado varias
plagas en el 6º sello para poder derivar hacia el
7º, que está vacío, la segunda serie de
calamidades”. Pero no se entiende cómo podrían
continuar estas pruebas si la Parusía tiene lugar al
fin del 6º sello. En todo caso, los acontecimientos
escatológicos, de que habla San Pablo (1 Ts. 4, 15
s.) no podrán ser anteriores a la gran tribulación o
período del Anticristo, como dice cierta exégesis
protestante, sino que se refieren, como está
anunciado, únicamente a la Parusía, en la cual los
muertos y “los que quedemos”, seremos, cuando Él
descenderá del cielo (ibíd. v. 16), arrebatados a su
encuentro para estar con Él siempre (ibíd. v. 17) y
no sólo por un período. Esto explicaría, finalmente,
la existencia de justos sobre la tierra en tiempos
del Anticristo (cf. 13, 7; 20, 4), de modo que la
promesa que Jesús hace a sus amigos de escapar a
todas las calamidades (Lc. 21, 36), repetida a la
Iglesia de Filadelfia (3, 10), ha de explicarse como
una especial protección, mediante la cual “no
perecerá ni un cabello de nuestra cabeza” (Lc. 21,
18). Véase, p. ej., 12, 6 y 14. En cuanto a los
sucesos aquí anunciados, véase los vaticinios de
Jesucristo sobre la destrucción de Jerusalén y el
fin del siglo en Mt. cap. 24 y en Lc. cap. 21. Cf.
Is. 24, 19 ss.; Os. 10, 8; Joel, 2, 30-31; 3, 12-15;
Am. 8, 9 s.
16. Sobre
la ira del Cordero,
véase 5, 6
y nota. En cuanto al
gran día del
furor, algunos suponen que es contra Israel como
en Am. 5, 18, porque en 7, 1-8 se trata de sellar a
aquellos de las doce tribus que habrían de librarse
de ese día. Sin embargo, en el v. 15 se ve que se
trata más bien de reyes de todas las naciones como
en Sal. 109, 5 s.
¿Quién puede
estar en pie? Cf. Sal. 1, 5 y nota.
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