Iglesia Remanente

Salmo 30

       

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Salmo 30 (31)

Serenidad en la hora de la muerte

1*Al maestro de coro. Salmo de David.

2*En Ti, Yahvé, me refugio;

no quede yo nunca confundido;

sálvame con tu justicia.

3*Inclina a mí tu oído,

apresúrate a librarme.

Sé para mí la roca de seguridad,

la fortaleza donde me salves.

 

4Porque Tú eres mi peña y mi baluarte,

y por la gloria de tu nombre,

cuidarás de mí y me conducirás.

5Tú me sacarás de la red.

que ocultamente me tendieron,

porque eres mi protector.

6*En tus manos encomiendo mi espíritu.

¡Tú me redimirás, oh Yahvé, Dios fiel!

 

7*Aborreces a los que dan culto

a vanos ídolos,

mas yo pongo mi confianza en Yahvé.

8Rebosaré de gozo y alegría

por tu compasión;

pues Tú ves mi miseria,

y has socorrido a mi alma en sus angustias;

9*nunca me entregaste

en manos del enemigo,

sino que afianzaste mis pies

en lugar espacioso.

 

10*Ten piedad de mí, Yahvé,

porque estoy conturbado;

mis ojos decaen de tristeza,

mi alma y mi cuerpo

desfallecen juntamente.

11*Porque mi vida

se va acabando entre dolores

y mis años entre gemidos.

Mi vigor ha flaqueado en la aflicción,

y se han debilitado mis huesos.

 

12*He venido a ser objeto de oprobio

para todos mis enemigos,

de burla para mis vecinos

y de horror para mis amigos:

los que me encuentran por la calle

se apartan de mí;

13como si hubiera muerto,

se ha borrado mi recuerdo de sus corazones;

he llegado a ser como una vasija rota.

14Oigo el hablar malévolo de muchos,

y esparcir el espanto en torno mío.

Mientras a una se conjuran contra mí,

han pensado en quitarme la vida.

 

15Pero yo confío en Ti, Yahvé;

digo: “Tú eres mi Dios.”

16*Mi destino está en tu mano;

sácame del poder de mis enemigos

y de mis perseguidores.

17Muestra a tu siervo tu rostro sereno;

sálvame por tu misericordia.

 

18*Oh Yahvé, no tenga yo que avergonzarme

por haberte invocado;

avergonzados queden los impíos

y reducidos al silencio del abismo.

19Enmudezcan esos labios mentirosos

que, con soberbia y menosprecio,

hablan inicuamente contra el justo.

 

20 *¡Oh cuán grande, Señor, es la bondad

que reservas para los que te temen,

y concedes a quienquiera recurre a Ti

delante de los hombres!

21*Tú proteges a cada uno

con tu propio rostro,

frente a la conspiración de los hombres;

en tu tienda los escondes

del azote de las lenguas.

22*Bendito sea Yahvé,

porque en ciudad fuerte ha mostrado

su admirable misericordia para conmigo.

23*Verdad que yo, en mi perturbación,

llegué a decir:

“Separado estoy de tu vista”;

mas Tú oíste la voz de mi súplica

cuando grité hacia Ti.

 

24Amad a Yahvé, todos sus santos,

pues Yahvé protege a los fieles,

mientras retribuye plenamente

a los que obran con soberbia.

25 *¡Animaos y confortad vuestro corazón,

todos los que esperáis en Yahvé!

 



* 1. La Vulgata dice: “Para el fin. Salmo de David. Para el éxtasis”. Quizás es una referencia al versículo 23, como diciendo: para la extrema angustia. Compuesta, efectivamente, en un exceso de abandono e impotencia, esta oración de David parece, como lo han dicho muchos de los Padres, prefigurar los sufrimientos de Cristo moribundo. Al pronunciar Él en alta voz desde la Cruz el versículo 6, nos enseñó que éste es el Salmo ideal para el creyente que medita en la muerte, deseoso de mirarla con los sentimientos de dulce y omnímoda confianza que agradan a ese divino Padre que todo lo arregla siempre como conviene a nuestro mayor bien (Romanos 8, 28). “La fe sostiene al salmista cuando se acuerda de las misericordias pasadas. El desaliento lo amenaza si piensa en la desolación presente, mas luego se disipa la niebla y el sol de la divina bondad ilumina su alma.” Es que conoció el don de Dios (Juan 4, 10) y vio que “la inteligencia de las cosas espirituales no consiste en conocer cosas que nosotros le demos o le prometamos a Él, sino cosas que Él nos da y nos promete”. Todo nuestro mal está en que nada nos cuesta tanto como creer de veras que Él es bueno y nos ama ya antes que nosotros lo amemos (I Juan 4, 10 y 16).

* 2. Con este versículo (según la Vulgata) concluye el Te Deum. Cf. Salmo 27, 9 y nota.

* 3. Lo roca: Sobre esta idea, inefablemente consoladora, véase Salmo 17, 3 y nota.

* 6. He aquí la última Palabra de Cristo en la Cruz (Lucas 23, 46) y la última de San Esteban, primer mártir de Cristo (Hechos 7, 59). Dios fiel: ¡Dios leal! Sabemos que ninguna alabanza agrada más a la ternura del Padre que esta confesión de su lealtad, pues Él mismo nos muestra en toda la Escritura como la cosa de que más se gloría, su fidelidad, unida a su misericordia, que también vemos aquí en versículo 8. Cf. Salmo 12, 6 y nota; 24, 10; Tobías 3, 2, etc.

* 7. Dar culto a vanos ídolos (cf. Baruc 6, 1 ss.) es también poner su esperanza en el mundo y en los hombres, que no pueden salvarnos (cf. Jeremías 17, 5 y nota). “Son tus ídolos también esas riquezas en que confías, esos honores y dominios que ambicionas... a costa de tu alma y de tus deberes, el crédito fugaz de un día” (San Agustín).

* 9. Cf. Salmo 4, 1; 17, 20 y notas.

* 10 ss. Nótese la elocuencia de este cuadro que se presentó al Salvador. Sobre el consuelo en los días de la vejez, véase el Salmo 70.

* 11. Es la suprema impotencia del que va a morir. Se siente incapaz de valerse en el cuerpo y también incapaz para la oración. ¡Entonces es cuando hemos de entregarnos confiados en el amor generoso del Padre que nos creó y en los méritos del Hijo que nos redimió!

* 12. Situación precaria del que, habiendo perdido todo lo que atrae al mundo egoísta, se ve abandonado de sus amigos y expuesto a la saña de sus enemigos. Los Evangelios muestran cómo ese abandono y esa saña se cumplieron, más que en nadie, en el mismo Señor Jesús. Y los Salmos nos enseñan, como San Pablo, que “El Señor está junto a los que tienen el corazón atribulado” (Salmos 33, 19; 137, 7, etc.) y que el Padre de las misericordias nos consuela en todas nuestras tribulaciones y hace abundar nuestros consuelos en Cristo, así como abundaron los padecimientos de Él por nosotros, de modo que al ser consolados podamos consolar a otros, y el ver a otros consolados nos sirva de esperanza sabiendo que lo seremos también nosotros (II Corintios 1, 3-7). Sublime doctrina que bastaría, si fuese conocida, para desterrar de los hombres toda envidia.

* 16. Satanás y sus demonios han de querer perseguirnos más que nunca en la hora de la muerte. ¡Solamente Tú eres más fuerte que ellos! (véase versículo 18).

* 18 s. Cf. Salmo 12, 5 s. y nota. Reducidos al silencio del abismo (hebreo: scheol). Calès observa que el salmista pide a Dios justicia según el espíritu de la Ley antigua, y añade agudamente: “los que de esto se escandalizan harán bien tal vez en examinarse a sí mismos sobre el escándalo farisaico”. Espiritualmente puede aplicarse a Satanás (cf. Apocalipsis 20, 18), cuyo nombre significa acusador (cf. Apocalipsis 12, 10), y sus demonios, para que no conturben, con visiones aterradoras, el alma que debe estar llena de la esperanza de ver al Dios del amor y de la felicidad, que es al mismo tiempo el Padre del perdón, como nos lo muestra Jesús de un modo indubitable en la parábola del Hijo pródigo (Lucas 15, 20 ss.). Cf. Salmo 34, 10.

* 20. El primer hemistiquio coincide con lo que dice la Virgen en Lucas 1, 50. El segundo acentúa el concepto: delante de los hombres, como Jesús en Mateo 10, 32 s. Libre ya de la tentación, el alma descubre el inefable consuelo que Dios le tenía reservado para ese supremo momento: “Dichosos los muertos que mueren en el Señor” (Apocalipsis 14, 13).

* 21. Con tu propio rostro: Otros: “con el misterio de tu presencia”. Siguiendo la aplicación de este Salmo a la muerte del creyente, más allá de las luchas transitorias, vemos aquí al alma sumergida ya en los consuelos de Dios, liberada dé las injusticias humanas y “descansando de sus trabajos” (Apocalipsis 6, 11; 14, 13) en espera de la “redención del cuerpo” (Romanos 8, 23; Apocalipsis 6, 10) que Cristo le traerá en su Venida con la plenitud de su gloria. Cf. Lucas 21, 28; Juan 17, 24; Filipenses 3, 20 s.; Apocalipsis 22, 12.

* 22. En ciudad fuerte: Continúa el concepto anterior. Algunos lo aplican históricamente a Siceleg (I Reyes 27, 5 ss.). Otros (Wutz, Gunkel) traducen con San Jerónimo: en la hora de la angustia.

* 23. Así, en el delirio de la agonía puede el hombre llegar a desesperar de su salvación. Mas vemos aquí, como en Isaías 49, 14 ss.; II Corintios 1, 8 ss., etc., que en ese momento crítico es cuando el socorro divino se apresura a mostrarnos que Él nunca dejó de cuidar de nosotros (I Pedro 5, 7). Entonces, al colmo de la aflicción sucede el exceso de gozo, como en el ejemplo que Jesús pone en el evangelio de San Juan 16, 21.

* 25. Esta es la virilidad cristiana: tener ánimo, no porque se confía en sí mismo, como los estoicos paganos, sino porque se cuenta con Dios como un niño con su padre.