Iglesia Remanente

Salmo 12

       

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Salmo 12 (13)

Recurso del alma apremiada

1Al maestro de coro. Salmo de David.

2*¿Hasta cuándo, Yahvé?

¿Me tendrás olvidado constantemente?

¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro?

3¿Hasta cuándo fatigaré

mi alma con cavilaciones

y mi corazón con tristezas cada día?

¿Hasta cuándo habrá de prevalecer

sobre mí el enemigo?

4Mira y respóndeme, Yahvé, Dios mío;

alumbra mis ojos

para que no me duerma en la muerte,

5*y no diga el adversario:

“Lo he vencido.”

Los que me afligen

saltarían de gozo si yo cayera,

6*después de haber puesto

mi confianza en tu misericordia.

Sea mi corazón

el que se alegre por tu socorro;

cante yo a Yahvé

por su bondad para conmigo.



* 2. “Esconder el rostro” o hacerse sordo es como estar ausente. David sabe que su Dios lo está oyendo, y por eso, aun en medio de la extrema impotencia y aparente abandono en que se halla —probablemente durante la persecución de Saúl— no vacila en presentar al Señor, con audacia filial, su apremiante queja. Confortado luego su espíritu con esta oración, no tarda en abrirse a la gozosa perspectiva que vemos al final. Este Salmo nos estimula así, como muchos otros, a seguir ese mismo camino de oración que David, inspirado por el Espíritu Santo, enseña aquí con su palabra y con su ejemplo; y es un precioso exorcismo contra el pérfido enemigo que intenta sembrar en nuestra alma el desaliento y la tristeza, inevitables siempre que falta la esperanza.

* 5. Es frecuente en la Escritura este pensamiento contra la arrogancia de los enemigos soberbios (cf. Deuteronomio 32, 27; Salmo 24, 3). Espiritualmente puede aplicarse al peor enemigo, Satanás, cuya fuerza es mayor que la nuestra propia (Salmo 58, 4), pero es siempre vencida por la gracia (I Juan 2, 13-14), si tenemos fe (I Pedro 5, 8-9; Romanos 1, 17, etc.).

* 6. Otros vierten con la Vulgata: mas yo tengo mi confianza, etc., lo cual da también un matiz de hermosa piedad. La versión del nuevo Salterio Romano que aquí seguimos, parece más apremiante al presentar crudamente, al Dios que tanto ostenta sus atributos de misericordia y fidelidad, esa idea de que pueda quedar confundido quien ha confiado en Él. Bien sabe David que esto es imposible (cf. Salmos 24, 2; 30, 6; 124, 1, etc.), y por eso, como Jesús en Juan 11, 41 s., anticipa a Dios la gratitud y la alabanza, como si ya hubiese recibido lo que espera de ese “Padre de las misericordias y Dios de toda consolación” (II Corintios 1, 3). También la Virgen nos muestra su corazón “exultante” a causa de la salud que viene de Dios (Lucas 1, 47).